EL MANDINGA :: Historias del diablo en la zona central de Chile

170 El Mandinga HISTORIAS DEL DIABLO EN LA ZONA CENTRAL DE CHILE 3. La ambición de Manuel Correa En un terreno ubicado al pie del cerro La Virgen, en Peñaflor, había una desvencijada y destartalada casa en la que vivía un hombre solitario y pobre en todo sentido: carente de riquezas y de espíritu miserable. Su nombre era Manuel Correa y vivía ambicionando cosas a las que jamás podría acceder, porque tampoco era muy amigo del esfuerzo ni del sacrificio. Su apariencia exterior era fiel reflejo de su pobreza de espíritu: era un hombre de unos 35 años, de contextura gruesa, ojos color café, pelo negro, tez morena y una barba de varios días que acentuaba su aspecto sucio y desprolijo. Las pocas veces que sonreía, dejaba ver una dentadura incompleta y amarillenta, producto del compulsivo consumo de tabaco, y su poco agraciado rostro lo surcaba una serpenteante cicatriz, que era el premio de consuelo que recibió por salir perdedor en una riña de cantina. Decir que Manuel Correa no tenía amigos es poco; es más, cuando iba al pueblo, todos lo evitaban, como si la codicia y la maldad despidieran una insoportable pestilencia. Una fría y oscura noche de invierno en que regresaba a su hogar después de ir a comprar su sustento, al bordear el cerro, cerca de una gran roca a la orilla del camino, se detuvo a descansar un momento y de un viejo y cochino bolso sacó una hogaza de pan, que remojó con un largo trago de vino. De repente, de la densa neblina surgió un hombre vestido completamente de negro y en el cual se destacaban sus ojos rojos que brillaban como dos brasas de carbón. El desconocido se acercó lentamente hasta donde se encontraba Manuel y con voz grave y sepulcral, le preguntó: —¿Eres tú el hombre que ansía poseer riquezas? Entre sorprendido y asustado, con voz temerosa Manuel le respondió: —Sí, soy yo. Manuel Correa, para servirle. —Manuel Correa, vengo a ofrecerte toda la riqueza que sea necesaria para saciar la sed de tu codicia. Eso sí, a cambio, me tienes que entregar tu alma —respondió el desconocido, para luego soltar una espeluznante carcajada que se debe haber escuchado en todo Peñaflor. Al escuchar la oferta, a Manuel le quedó claro que su interlocutor solo podía ser el Mandinga. Sin embargo, la posibilidad de hacer realidad sus sueños de lujo y opulencia hizo que el miedo se desvaneciera casi por arte de magia.

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