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60 27 Como la importancia, fundamental, de la pareja o chacha-warmi, descrita por Mamani (2017), ya que estos recibirán uywa churaña como herencia en llamas, alpacas y ovejas. Esto corresponderá a la riqueza inicial de la familia, la cual debe ser entregada en mismas cantidades tanto a la mujer como al hombre para conservar “el sistema de equilibrio andino” (op. cit. p. 51). 28 Revisar Fernández y Fuentes (2018). Reconocimiento de los pueblos indígenas: qué y cuánto se reconoce en las constituciones del mundo. marcaje será configurada según cuántas familias la practiquen, siempre la k’illpa servirá para legitimar la propiedad familiar, así como para reafirmar las relaciones de reciprocidad (Mamani, 2017), ya que el ayni, como se vio en el relato de don Germán, atraviesa todo el ritual. Es decir, en la práctica diaria aymara se funden conocimientos concretos del entorno que están en permanente diálogo con las fuerzas de la naturaleza las cuales, a su vez, tienen carácter divino. Lo práctico y concreto es ritualizado reafirmando, a través de su hacer, los lazos nucleares27, vínculos familiares, símbolos y significados colectivos asociados al sistema de valores y creencias aymara. Si bien esta manifestación cotidiana de la cosmovisión andina era radical durante la infancia de don Germán, el segundo periodo dentro de su historia de vida plasmará la imposición de un sistema cultural foráneo en el que las prácticas y técnicas ancestrales son diluidas de forma ascendente en pos de la integración a la que convoca un discurso modernizante y civilizatorio. En palabras de Van Kessel, La modernización tecnológica “impuesta” ha tenido muchos nombres: policía, civilización, progreso, desarrollo..., todos términos llenos de promesa. Los beneficios prometidos a los “salvajes”, los “miserables”, los “primitivos”, los “pobres”, los “marginales”..., tal como se ha llamado sucesivamente a los aymaras, tenían que justificar el impacto de los colonizadores y los desarrollistas. Sin embargo, los resultados económicos siempre fueron más negativos que positivos para los beneficiarios, y más favorables para los colonizadores y desarrollistas que para los aymaras (Van Kessel, J., 1998, p. 44). Lamentablemente, al día de hoy persiste la misma situación que ya en 1998 Van Kessel elucidaba como una verdad devastadora. Los conocimientos y prácticas ancestrales de las comunidades aymara van desapareciendo progresivamente y es imposible pensar que la ganadería pueda quedar exenta de este etnocidio, siendo ella parte constitutiva de la vida aymara en el altiplano. Los efectos de esta negación repercuten hasta nuestro presente y sus consecuencias se despliegan en lo perdido, lo olvidado, lo movilizado y resignificado. Por una parte, la economía se sostiene sobre los pilares del individualismo y la competencia. Esto afectó profundamente el sistema tradicional de organización aymara y, particularmente, devastó a las familias extensas a través de la declaración de las antiguas tierras comunitarias como propiedad fiscal. Por otra parte, las leyes que hoy rigen al pueblo aymara les amparan, protegen y exigen deberes en tanto ciudadanos y ciudadanas de Chile, en desmedro de su propio sistema legal según usos y costumbres -como es reconocido en otros lugares del mundo, incluso constitucionalmente-28, lo cual tiene variadas implicancias: el acecho de las mineras sobre los cauces de agua y, por tanto, bofedales; el peligro del puma, que se come al ganado; la propagación de especies como la uma t’ula, que impide que la luz llegue hasta los pastos, alimento del ganado, entre otros. Por último, debido a la baja oferta de posibilidades en el interior -tanto laborales como formativas-, la falta de suministros e incluso de instalaciones básicas para desarrollar normalmente el día a día

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