EL MANDINGA :: Historias del diablo en la zona central de Chile

57 MÁS VALE DIABLO CONOCIDO Para llegar al pueblito donde estaba la escuela era necesario recorrer una ruta de seis kilómetros desde Paihuano, los que recorría junto a otro colega. Con el transcurso del tiempo, el maestro fue familiarizándose con el territorio y con las personas que lo habitaban, quienes compartieron con él sus penas y alegrías, y también las historias que iban pasando de generación en generación. Entre las leyendas que le contaron, había una que hablaba de la frecuente aparición de un elegante huaso totalmente vestido de negro y que, al parecer, se trataba el mismo demonio. Esas historias surgían espontáneamente, en partidas de cacho o de dominó con la gente del pueblo. Sin embargo, el profesor las escuchaba desde el más profundo escepticismo y con la racionalidad que caracterizan al citadino y al ilustrado. Para el profesor, el origen de tanta historia era la imaginación de los lugareños, porque en toda su estadía en la localidad jamás había sido testigo de ningún acontecimiento sobrenatural. Al poco tiempo, el normalista le tomó cariño a Paihuano, pero sobre todo a la vocación de profesor rural. Conocía a la familia de cada niño que asistía a la escuela. Sus alumnos se habían transformado en la principal razón de su vida. Se preocupaba de que recibieran la mejor educación y alimentación posible. Algunos almorzaban en el comedor del colegio, mientras que otros iban a sus casas y regresaban a las 14:30 horas para la jornada vespertina. Un día le sucedió un acontecimiento al normalista que, al parecer, confirmaba las leyendas del pueblo. Un martes 13, el toque de la campana marcó el cierre de la jornada matinal y un grupo de niños salió de la escuela para ir a almorzar a sus hogares. Sin embargo, al poco rato, los alumnos regresaron llorando, afectados por un miedo incontrolable. El maestro, junto a otros funcionarios, lograron contener a los niños hasta que recuperaron la calma. Solo entonces fueron capaces de relatar lo sucedido, afirmando haberse encontrado con el misterioso huaso vestido con un elegante traje negro, recostado sobre una pirca en una curva del camino, sosteniendo un brillante mate de plata en la mano, mientras observaba amenazadoramente a los infantes. El maestro se comprometió a acompañar a los niños a lo largo del camino, en parte para que recuperaran la confianza, pero sobre todo para confirmarles que su imaginación les había jugado una mala pasada. Efectivamente, cuando llegaron a la pirca no había nadie y el profesor escoltó a los niños hasta sus respectivas casas para asegurarse de que llegaran sanos y salvos. De regreso, al pasar por la pirca, el normalista se acercó al lugar preciso donde supuestamente los niños habían divisado al diablo vestido de negro al borde del camino. Grande fue su sorpresa al encontrar el mate de plata con su bombilla, brillando entre unas rocas.

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