EL MANDINGA :: Historias del diablo en la zona central de Chile

46 El Mandinga HISTORIAS DEL DIABLO EN LA ZONA CENTRAL DE CHILE Al igual que Tongoy, Pisco Elqui presentaba una sequía de turistas, por lo tanto, en el hotel los atendieron con particular atención; más aún, teniendo en cuenta su condición de recién casados. Los días pasaban con la calma que caracteriza al valle y se dedicaron a recorrer los pueblitos cercanos y a aprovechar la piscina del hotel para capear el intenso calor de la zona norte. Una tarde, cuando casi comenzaba a anochecer, llegaron nuevos pasajeros al hotel: una pareja bastante dispareja. Se trataba de un hombre que superaba generosamente los 50 años, acompañado de una joven que, con suerte, habría cumplido los 20. Mientras Claudio y Paula tomaban un aperitivo, los recién llegados preguntaron si no les molestaba compartir mesa y disfrutar en conjunto de la velada. La pareja no era dispar solo en edad: mientras el hombre, bien vestido y con pinta de galán maduro de teleserie, era encantador y manejaba con talento el arte de la conversación; la joven apenas hablaba y, cuando lo hacía, era para manifestar su admiración por las cosas que decía el caballero. Al presentarse, Claudio y Paula dijeron que eran publicistas y que estaban de luna de miel. Por su parte, el huésped comentó que se dedicaba a las cobranzas, oficio que lo había llevado a recorrer el mundo entero. Incluso, contó que su quehacer le había permitido ingresar al mismísimo Palacio de La Moneda, en Santiago. En este punto, a Claudio le empezaron a surgir algunas dudas: ¿qué tipo de cobranzas lleva a este personaje a viajar por todo el mundo? ¿Trabajaría para una naviera, quizás? ¿Y por qué realizaba cobranzas directamente en La Moneda? Igual, el tema de las cobranzas es bastante árido y no da para iniciar una conversación entretenida, por lo tanto lo dejó pasar, sin hacer más preguntas al respecto. En un momento, el caballero confesó que también leía el tarot y, tras el entusiasmo de Paula, sacó un mazo y distribuyó las cartas sobre la mesa, tratando de descifrar el mensaje que escondían acerca del futuro de la recién casada. Luego de un momento de silencio y concentración, el tarotista recogió el naipe, excusándose: “Eres tan joven y estás recién casada. ¡Para qué te voy a aburrir con estos temas!”, guardando las cartas. La noche había transcurrido casi sin darse cuenta: las dos parejas habían pasado una estupenda velada, bien conversada y compartida. Cuando ya era tarde, el caballero se excusó por tener que retirarse a su habitación: al día siguiente partirían muy temprano del hotel, lo que los obligaba a madrugar. Antes de despedirse, intercambiaron teléfonos, en pos de un futuro encuentro y solicitaron a un mozo que les sacara una foto a los cuatro, como recordatorio de la velada.

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