EL MANDINGA :: Historias del diablo en la zona central de Chile

155 POBRE DIABLO “¿Así que eras tú el que andaba desesperado por una mujer y dijiste que si con el diablo te encontrabas, con el diablo te acostabas?”, le preguntó el Señor de las Tinieblas. “Claro que sí, claro que lo dije”, le respondió desafiante el minero. “¡Ya pues, aquí estoy yo, a ver si eres tan hombre!”, lo toreaba el diablo. “Es que a mí nunca me ha gustado la carne de caballo”, le respondió el minero para provocarlo. Entre tanto tira y afloja, el diablo se descuidó, el minero le bajó los pantalones y comenzó a sodomizarlo. Aunque suene redundante, el Cola de Flecha quedó cachudo, entre sorprendido, asustado y humillado, por el hecho en sí mismo y porque jamás pensó que un mortal sería capaz de faltarle el respeto de esa manera. Cuando terminó el acto, el diablo maldecía y lanzaba pericos a diestra y siniestra: “¡Nunca me habían hecho esto a mí, que soy el Príncipe de las Tinieblas! Mira, infeliz, vamos a hacer un trato”, le dijo el diablo. El minero, sabedor de tener al toro por las astas, le respondió: “Mira, desgraciado, yo no hago trato con maricones”. Mosqueado, el diablo bajó el tono, sabiéndose derrotado: “Bueno, minero, vamos a hacer un pacto para que guardes silencio. Te voy a regalar una varita y lo que tú le pidas, te lo va a conceder”. El minero recibió la varita y la miró como cualquier cosa, sin tomarle el peso al poder que tenía en sus manos. “¿Y qué hago yo con esto?”, le preguntó el minero. “Mira, tú tomas la varita y dices el siguiente conjuro: ‘Varita negra del mango colorado, con la virtud que el diablo te ha dado, concédeme…’. Ahí tú mencionas lo que quieras y la varita te lo va a conceder”, le enseñó el diablo. Ver para creer, pensó el minero, y dijo: “¡Varita negra del mango colorado, con la virtud que el diablo te ha dado, necesito dos caballos ensillados!”. Y de la nada aparecieron los dos corceles ensillados, listos para montar. “¡Oye, y funciona!”, exclamó el minero sorprendido. “Claro que funciona, si yo soy el diablo. Eso sí, conservarás la varita solo si es que guardas el más absoluto silencio de lo que ocurrió aquí. Si cuentas una sola palabra, no solo te voy a quitar la varita, sino que me voy a quedar con tu alma”, le respondió. “Quédate tranquilo, diablo, que de mi boca no va a salir una sola palabra”, retrucó el minero, y se fue con los caballos a buscar a su compañero y reanudar el camino al pueblo, esta vez a caballo. El diablo nunca se había sentido tan humillado y decidió cruzar la frontera y enrumbar hacia Argentina, donde no lo conociera nadie. En un recodo del camino, el demonio se encuentra con un arriero montado en un caballo que, al verlo, se encabrita, botando al jinete de la montura. Este último, enojadísimo, le dice: “¡Diablo maricón, me espantaste al caballo!”. Mosqueado, para sus adentros, el diablo maldecía: “¡Minero desgraciado y hocicón, ya anduvo contándolo todo!”.

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