propuesta_noviembre_13

24 Comenta que en Tacora también hacían esta ceremonia. “Hay un cerro un poco más bajo allá”, dice refiriéndose a los espacios sagrados. Es decir, aquellos donde eran realizadas las ceremonias, rogativas y ofrendas. Eran, por lo general, pequeños cerros emplazados en las cercanías de la casa o el corral. Cuenta que antes se le hacía una rogativa al viento, para pedirle “que suspenda un tiempo, que ya es demasiado”. Hoy se asocia el viento a un santo. K’illpa La importancia de los animales dentro de toda familia aymara es radical, y no corresponde solamente a la propiedad de las autoridades dentro de la familia, los adultos padre y madre, sino que es toda la familia que participa de la tenencia, cuidado y pastoreo del ganado. Asimismo, por ejemplo, es toda la familia -e, incluso, grupos de familias- que participa de la ceremonia de la k’illpa que es el marcaje en la oreja del animal. Don Germán recuerda, entre los ocho y doce años, que “como mi papá tenía varios hijos, cada hijo tenía sus animales. Adolfo, por ejemplo, tenía su propio corral con doscientos animales. Nemesio tenía aproximadamente ciento veinte. Mi padre, ciento cincuenta”. Durante su infancia, se le aparecía siempre el titi (gato andino) y el perro lo mataba, por lo que terminaban embalsamando al gato de montaña. Su papá le decía que el titi se le aparecía porque iba a ser ganadero. Cada dos años hacían la k’illpa en el cerro “Ancara chico”, cerro que, según su relato, tenía una achachila. “Antes de que llegue el Cristo, estos cerros eran muy poderosos”. Por eso hacían una ofrenda en lo alto de los cerros. Preparaban una mesa con dulces, banderas blancas y k’oa para sahumar y sacrificaban a dos llamos. “Decían mucho: Jallalla, que haya harta lluvia”. Al día siguiente, le ponían los pompones en las orejas y lanitas en las espaldas a los animales. La sangre que brotaba de las orejas cortadas de los animales era ofrecida a la tierra. Comían la carne con maíz blanco, habas o chuño. Al día siguiente, “una buena cazuela o asado para agradecer a quienes ayudaron. Es como ayni. Después el papá ayuda al hijo o el hijo al papá y así”. Primero, era la ofrenda. Pichaban coca, floreaban a los animales y, al final, el baile. Don Germán dice que no era un baile específico, pero que sí seguía un orden definido: bailaban en las cuatro esquinas, primero, y después al medio, en la ofrenda 3. Las últimas veces que practicaron la k’illpa, Alfonso, su hijo mayor, tocaba la guitarra y el charango. Hoy en día, dice que ya no practica la tradición porque le da miedo. Piensa que es maltrato para el animal. Tampoco comparte ya las creencias de su madre y padre. Cuando habla de las prácticas que difieren mucho de las chilenas, de herencia colonial y eurocéntrica, denota extrañeza. 13 La tradición de mascar coca es una parte fundamental dentro de la celebración de la k’illpa debido a que, en ese momento, quienes participan de la ceremonia se reconocen entre sí. Cada persona va con las hojas de coca, planta sagrada dentro de la cosmovisión andina, guardadas en la ch’uspa, bolso tejido de uso ritual. En el momento de pichar las hojas, hay una secuencia entre cuatro personas las que, de manera sucesiva, intercambian las hojas entre sí. Esta planta transita siendo otorgada y recibida y, de este modo, el espacio ritual se abre reafirmando, de forma simbólica, la prevalencia de la comunidad y el principio andino de reciprocidad.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjA1NTIy